domingo, 31 de octubre de 2010

Michelle


Había un lleno total, no habían mesas libres, ni una sola silla desocupada. Los juegos de luces y el humo artificial hacían gala de una poco llamativa pero bien sincronizada sucesión de rayos azules, verdes, rojos, que trataban de crear un ambiente rave, pero que no pasaban de ser una mala imitación. El DJ de la noche abusó de los acetatos a más no poder, alternó ritmos sin ninguna medida ni congruencia, pinchó desde la “Rumba para afincar” de Vico C, hasta el “Relax, don´t do it” de Frankie goes to Hollywood, pasando antes por las “No more lonely nigths” de McCartney. Una completa, pero desacertada, pluralidad de melodías. La barra estaba atestada de curiosos espectadores, que trago tras trago perdían la elocuencia, y también la paciencia. La medianoche se asomaba, y ella no aparecía. ¿Qué sería de la noche, sin ella?

El ritmo caribeño de la “Danza Kuduro” cesó imprevistamente; los lux del lugar perdían intensidad a una relación directamente proporcional con el correr  de los segundos; el humo empezó a desbordar el escenario, semejante a la neblina que envuelve y desorienta a los valerosos marineros; la baba empezaba a caer de las fauces presentes. Los espectadores sabían de quién se trataba, era ella. Por fin ella. No lo dedujeron por costumbre o capacidad, sino por sus miembros ya erectos.

No usa reguetón para entrar a escena, sólo mueve su femineidad al ritmo de “I Want You (She's So Heavy)”. Sus pies, resguardados con botas vaqueras de Camoapa, no habían siquiera pisado el escenario, cuando los silbidos y aplausos arrancaron en desmedida. La emoción, o más bien la libido, aumentaba, mientras sonaba la máquina de ruido blanco que Lennon utilizó en Abbey Road. Los machos, aullaban, esperando a la belleza que los había hecho llegar esa noche, huyendo de sus hogares, de sus esposas e hijos. El cover de $10, además de las cervezas de $5, el desvelo y la resaca del día siguiente, bien valían la pena, todo por verla. Sólo verla, porque nunca acepta pretendientes, ni por mucho que le ofrezcan. Esa Venus de Milo aún con miembros, había tenido ofertas de hasta $500 a cambio de sexo, pero nunca las ha aceptado, o al menos eso es lo que ella dice. Su orgullo es demasiado grande, más que las ganas de fornicar de los hombres que le asedian.

 

- Para ustedes, estimados clientes, la estrella de la casa, ¡Michelle! – dijo el intento de DJ. Y de pronto, ahí estaba, en esa reducida platea, enfocada por las luces y codiciada por los ojos de muchos. No vestía más que sus ya habituales botas, su sombrero vaquero, sus calentadores de cuero, una pequeña tanga y un chaleco con manchas que simulaban el pelaje Holstein. Empezó a bailar, de una manera que sólo ella sabe. Su cuerpo, se congracia con una elasticidad desbordante de sexualidad; sus manos recorren cada palmo de su magra y deliciosa figura: empiezan por sus senos juveniles y erguidos, pagan peaje en su terso abdomen y se inmolan en su sexo; con sólo una mirada de sus ojos azabache, roba los corazones ilusos y vacía las billeteras de los hedonistas frustrados; logra una buena combinación entre sus carnosos labios rojos y su insinuante lengua; su larga y brillante cabellera negra, contrasta dicótomamente con la blancura de su piel. Poco a poco, se va despojando de todo pedazo de tela que estorbe al imaginativo masculino, sediento de apego humano. Desnuda, se sigue estremeciendo, como en un rito orishá, evocando dioses, deseos, demonios, todos reunidos, en ese night club de mala muerte, donde noche tras noche, acuden decenas de hombres, para contemplar a ese ser tan sublime, tan etéreo, tan apoteósico. Con su danza, regala placer, sueños, amor. Sin duda, no tiene comparación. Es la stripper más sensual del Diamond Night Club. Michelle, es la mejor.



¿Qué poder posee esta mujer, qué embrujo alberga en su pecho? Su sensualidad, es tanto divina, como perturbadora. El espectáculo dura poco, sólo los 7 minutos que dura la canción. Se pasea, recogiendo los billetes de alta denominación que yacen a la orilla del improvisado coliseo de desnudez. Los gritos que le aclaman, conllevan alegría y decepción, no pueden esperar hasta mañana para contemplarla de nuevo. Serán muertos en vida, toda la mañana, a la hora del almuerzo, durante las horas laborales, esperando, impacientes, lo único que les hace sentir vivos, lo único que les hace sentir casi humanos. Y eso, es Michelle. 



Debe darse prisa, ya es tarde. La alarma de su teléfono celular no fue tan efectiva como ella esperaba. Debe bañarse rápido, comer algo si puede y tomar las dos rutas que necesita para ir a la universidad, tiene examen de Derecho Romano. Más tarde, debe entregar un ensayo sobre la incidencia de políticas de género en las áreas rurales del país. Sale a las 8 de clases, lo que le da tiempo de cenar algo y tomar un taxi hasta el night club. Es jueves, los jueves siempre son buenos. Sólo espera, poder despertar a tiempo al siguiente día. No quiere estropear su excelente rendimiento académico. Después de todo, ya casi se gradúa. Sin duda, no tiene comparación. Es la alumna más destacada del último año de la carrera de Derecho en la UCA. Michelle, es la mejor.

 

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