Los bueyes de mi abuelo
A la yunta de toros de mi abuelo
los caparon a macetazo limpio
un mediodía
atracada a una guásima.
Y maceta y maceta,
y los ojos fijos en la tierra orinada.
Recuerdo muy bien que al terminar
mi abuelo dijo:
si tienen los dientes flojos
ya están capados.
Yo me toqué los míos.
La bofetada
La primera bofetada
no me la dio mi madre
ni el mundo ni la gente
ni la vida.
Fue un regalo de reyes
que hallé bajo mi cama.
La tomé sigiloso
-sin despertar a nadie-
y me la di en el rostro.
no me la dio mi madre
ni el mundo ni la gente
ni la vida.
Fue un regalo de reyes
que hallé bajo mi cama.
La tomé sigiloso
-sin despertar a nadie-
y me la di en el rostro.
La partida
Con mochila y revolver
me alejé de la infancia.
Madre lloraba copiosamente
y no salió a despedirme.
Mis hermanos menores y mayors
rondaban la partida,
pero yo no quería dar la cara.
Mis hermanos,
mis únicos amigos,
se quedaban atrás, pero me iba.
Los ojos se me nublaban anguistiados,
se me cerraba la garganta.
Lloré el útlimo,
el definitivo llanto de mi infancia.
y entre los artilleros
amanecí de hombre al otro día.
Poemas tomados de Combustión Interna (antología),
Editorial Letras Cubanas , La Habana, 1985.
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