sábado, 9 de octubre de 2010

Esperáme sentado.



Cuando mi tío Mario llegó corriendo, exaltado y con un rostro marcado por una expresión crepuscular, mi mamá esperó lo peor. 

- “No jodás, ¡mataron a un beatle!” - dijo mi tío, a grito partido, en un caluroso y alegre Diciembre. Mi mamá trataba de dilucidar la noticia, trataba de entender, pero sobretodo, trataba de darle importancia.

- “¿A quién mataron?” - preguntó mi vieja. 

- “A Lennon, no jodás, ¡a Lennon!” – sentenció Mario, como si hubiera perdido a alguien relevante en su vida.

Mi mamá no lloró, ni sintió un nudo en su garganta. Sus rodillas no tambalearon, ni su voz agudeció. Lennon había muerto, y ya. Como ella, muchos escucharon la noticia, sin conocer mucho de su obra y vida, por lo que su muerte no sería motivo de escándalo o asombro. Mi mamá aún tararea “Imagine”, pero no lo sintió. Esa fuiste vos, madre, porque en el globo sí lo sintieron. El mundo, sí lo lloró.

De vos sólo tuve aquel viejo disco que compré en el Mercado Oriental por 30 pesos. “Lennon: The Best” en grandes letras rojas, tu rostro grisáceo y sereno, y el azul fondo que adornaban ese CD, un verdadero pedazo de catarsis circunferencial, ese policarbonato de éxtasis para todos mis sentidos.

Siempre he sido creyente de tu reservado populismo con “Power to the people”; “Cold turkey” es una experiencia casi sexual, con tus alaridos predisponiendo el término de la pieza; sé que nunca podré regalarle a mis hijos una declaración de amor tan pura como “Beautiful boy”; espero poder susurrarle “Jealous guy” en el oído a alguien; yo sueño mucho, hasta 5, 6, 7, 8 veces, pero nunca he llegado al “Number 9 dream”; aún no puedo descifrar los juegos mentales de nadie, ni siquiera las jugarretas que yo mismo me hago, pero “Mind games” al menos hace el intento fallido un poco más llevadero; yo también creo, al igual que vos, en el “Working class hero”; “Woman” espera en mis labios, lista para ser entonada; y “Give peace a chance” aún llena las calles de todo el mundo con blancos, negros, amarillos, verdes, rojos, con gente de todos los tonos, que aún aspiran al sueño de la paz suprema, sin imitaciones ni limitantes.    

¿Qué sería de vos ahora, chavalito melenudo de Liverpool? ¿Le cantarías a la guerra en Afganistán? ¿Te otorgarían el Nobel por tu devota proclama a favor de la paz? ¿Habrías dado un concierto para las almas deseosas de un futuro hermanado en La Habana? ¿Te encamarías de nuevo para frenar los atropellos a los derechos humanos en Europa? ¿Aprovecharías tus últimos cinco minutos para oler y reoler las flores? ¿Le enseñarías a Sean a espantar él mismo los monstruos? ¿Caminarías siempre de la mano de Yoko? ¿Seguirías pregonando, ese paraíso aún inalcanzable, sin ideologías, fronteras, religiones, y demás dogmas? ¿Qué sería de vos ahora, chavalito melenudo de Liverpool?

Hoy, serías un viejito, un rockero senil, con sombrero de copa y tuxedo blanco, cantándole a los ideales que siempre defendiste. Hoy, te consideraríamos loco, pero también visionario. Hoy, la industria de la música sería un peso en tu conciencia, lanzando discos a diestra a siniestra, pero yo los compraría siempre por 30 pesos. Hoy por hoy, el mundo extraña a John Lennon. Hoy por hoy, el mundo no está preparado para John Lennon. Nunca lo estuvo, y por eso tuviste que irte tan rápido.

No desesperés, yo voy a llegar. Quédate esperando, ahí. Que no te roben los lentes de nuevo. Encendé un cigarro, que yo te llevaré otro paquete. Te quiero preguntar demasiadas cosas, quiero agradecerte por los planes improvisados, por tu música, por tu mensaje, y por ser una referencia en la vida de este loco tercermundista.     

No desesperés, yo voy a llegar. Esperáme sentado.

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