sábado, 26 de junio de 2010

La

gente

tiene

hambre


¿Nunca les ha pasado en la ruta, que de pronto, un bolo les empieza a meter plática? A mí sí, justo hoy. De ahí nace este relato.





El camino del CEB a 7 Sur fue largo. La lluvia de hoy hacía esa carretera aún más peligrosa, los conductores parecen no respetar lo incontrolable que es la mezcla mal tiempo-velocidad, y surcaban esa calle cuesta abajo al estilo de Meteoro. Tengo que tomar dos rutas para llegar a mi casa, eso ya lo dije antes, y la 110 fue mi primera opción. En cuanto llegó a la bahía de 7 Sur abordé rápidamente, me senté al lado derecho de la unidad contiguo a la ventana, y empezó al viaje. Frente a mí, iba una señora con sus dos niñas, una de unos 4 años, otra no mayor de tal vez año y medio.


Parecerá mentira, pero me encanta viajar en ruta. El transporte urbano colectivo es una experiencia que creo sólo los nicaragüenses sabríamos describir con todo lujo de detalle. Es una mezcla de razas, edades, credos, clases sociales y más. Es simplemente sorprendente.


No me di cuenta de en que momento subió a la ruta. Se sentó atrás de mí. Un hedor de alcohol (barato) a mis espaldas lo delató. Mi mayor temor era que iniciara una incómoda e improductiva charla, en la cual no me quería ver involucrado. Pero por desgracia, así pasó. Trataré de ser fiel a sus palabras, y escribiré letra por letra de todo cuánto me dijo. Créanme, no es nada fácil.


Nuestro coloquio comenzó con una palmada en la espalda, la primera.


“Mi hermano mirá esa niña delante de vos como va con las manitos afuera de la ventana, ¿qué no sabe su mamá que esa mierda es peligrosa?, pasa otro bus y hace mierda a la pobre niña, te digo, yo soy policía y yo echaría presa a esa mujer por madre irresponsable. Yo tengo una niña igualita, tiene 14 meses y vieras lo que se parece a esa niña: morenita, finita, el pelito es lacio, es bien linda, la quiero. ¿Vos tenés hijos mi hermano? -solté un "no" por repuesta- ¡Ideay! ¡No jodás! ¡Ya estuvieras! Los hijos son una alegría mi hermano, te hostigan y todo, pero son una alegría los maes, esa mi hija, la jodida me saca de quicio, pero la adoro, siempre le doy riales para compre meneitos, tortillitas y esas varas. Tengo dos hijas, la mayor vive en los EEUU y no la veo, por eso me separé de mi esposa, ahora tengo 5 años con mi nueva mujer, y tenemos esa niña. Mi ex-mujer se llama... -me dijo el nombre, pero no puedo recordarlo- y trabaja en Huellas Publicidad, tenía buen cuerpo, ¡pero ahora está gorda la hijueputa!, ¡fea está! ¡Está horrible! -soltó una carcajada- Vieras como se parece mi niña a esa mi hermano, cuando tengás tu hijo, quérelo, son una bendición, vas a ver que tu corazón se te va a llenar.”


Primer punzón de su dedo índice en mi pecho. Segunda palmada en la espalda.


“Mi primera hija no la veo, por ella me pelié con su mamá, por ella me separé. ¿Cuántos años tenés vos mi hermano? –“veinte y uno”- ¡Eso tiene mi hija! Está en los EEUU y por eso no la veo. Es que fíjate hermano que ella tenía su novio, pero a mí me caía mal el hijueputa, yo sabía que no era buena cosa el mae. Yo como padre la aconsejaba, pero ella no hacía caso, era bruta, tonta, no hacía caso. Como yo era policía le hice un quiebre al mae, yo sabía que era malo el hijueputa y resultó ser hasta drogo el hijueputa, ahí mi chavala me hizo caso. Pero resulta que conoció a un gringo, Miguelito se llama el mae, pero me caía mal el hijueputa porque es gringo y negro el mae, no es feo el mae, pero me caía mal. El mae se jaló para los EEUU y yo feliz porque pensé que iba a dejar de joder, pero resulta que Miguelito me le mandaba riales a mi hija, ¡y cuando me di cuenta vieras como me arreché! ¡Y lo que más me enturcó es que su mamá sabía que el mae le mandaba riales a la chavala! Entonces, el Miguelito se vino, se casó y se llevó a mi hija. Lo peor mi hermano es que me di cuenta que su mamá ya sabía lo que ella iba a hacer, pero no me dijo nada porque sabía que yo no iba a permitir esa mierda, ¡nunca! Y por eso nos divorciamos. Mi hija se fue a los EEUU entonces. Una vez mi hermano fíjate que me fui a Miami, me invitaron unos familiares y me llevaron a ver el mall, y ahí la vi mi hermano, comprando, yo quise hablarle, la quise abrazar pero no pude, me dolió porque es mi hija, me dolió no hablarle, me duele, en el pecho.”


Segundo punzón de su dedo índice en mi pecho. Tercera palmada en la espalda.


“¿Estás estudiando hermano? ¿Qué estás estudiando? -le contesté- ¿Ingeniería industrial? ¡Esa es buena carrera mi hermano! ¡Te felicito! Yo, mi hermano, soy abogado, aquí en la UCA estudié, tengo un posgrado en derecho constitucional y derecho internacional, y ahora practico, vos sabés que era policía, hice carrera policial 23 años, pero me jubilé para poder practicar derecho, pero he tenido problemas porque me gusta el guaro mi hermano, si vieras, cuando me separé de mi señora bebí guaro que dio miedo, vomité sangre, ¡hasta por el culo saqué sangre! -dejé escapar una risa- Pero no importa porque tengo a mi nueva señora y a mi niña. Ya sabés mi hermano, cuando tengás clavo con la pesca me avisás, yo te ayudo, me llamás si mi hermano, que para eso son los broderes.”


Cuarta palmada en la espalda. Así prosiguió más o menos la plática. Me siguió contando acerca de una casa propia que alquila en la Colonia Máximo Jérez en $250; de cómo extraña a su hija; de qué iba a un cumple de un amigo gay que es el chef que repuso al asesinado chef del Holiday Inn, me invitó, me dijo que me iba a presentar a su amigo cochón, que yo le iba a gustar y que tenía suficientes riales para mantenerme. En ese momento me sentí muy incómodo, deseaba que el chofer abusara de la velocidad y me llevara rápidamente al Huembes para tomar la ruta 165 y venir a mi casa a ver los últimos minutos de la lucha libre en el 10.


Calló. Yo agradecí. Pero de pronto, volvió a hablar. Desearía que no lo hubiera hecho.


“¿Sabés qué mi hermano? Déjame darte un consejo, sos chavalo, no tenés hijos, estás estudiando, tenés toda la vida por delante, déjame decirte algo: cuando te recibás, cuando terminés tu carrera, acórdate de la gente, no seas malo con la gente, no seas maldito. Cuando estés viejo, acórdate de un policía que te dio un consejo en la 110, que te dijo que seas bueno con la gente, con las personas, las personas te necesitan, mirá para afuera de la ventana, mirá todas esas personas, te necesitan ellas, para que las ayudés. La gente tiene hambre.”


No me jincó el pecho con su dedo índice, pero la sensación fue la misma. No, fue peor. Miré afuera de la ventana, observé los rostros de la calle, la cara de Managua, mientras a la vez, la ventana mojada por la lluvia devolvía mi reflejo, y podía apreciar mi expresión confundida y perpleja. "¿La gente tiene hambre?" ¿Qué es eso? ¿Qué me está diciendo? ¿Por qué me dijo eso?


El Huembes. Bajé rápidamente, le di la mano a mi acompañante, como agradeciendo la charla y a la vez liberándome de la misma, y caminé. No esperé la 165, tomé un taxi, 20 córdobas me trajeron de regreso a mi hogar. Pero algo no está bien. "La gente tiene hambre." "¡¿La gente tiene hambre?!" ¡Eso yo lo sé muy bien! ¿Pero qué no fuera "maldito" con la gente? ¿A qué se refería?


¿Para qué estoy estudiando? ¿Para ayudar a la gente? Por más que me quiera mentir, no puedo. Estoy estudiando para un postrado, una maestría una beca, carro, casa, esposa, hijos y otros indicadores de "éxito" y "felicidad". Me espera una vida llena de conformismo, consumismo y egoísmo.




Esto no lo escribí para motivar un cambio, no lo escribí para hacer pensar a las masas, ni promover mirarnos para adentro. Lo escribí porque estoy confundido. La gente tiene hambre, y yo estoy maniatado. Tengo miedo, porque no puedo hacer nada por la gente. Pero lo que más me aterra, es que creo que no quiero hacer NADA por la gente.



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