lunes, 30 de agosto de 2010

Mateo 15:11.



Toda mi vida he tenido mis reservas respecto a las personas evangélicas. Conozco muchas, pero a la vez sé muy poco de ellas. Pero siempre he creído que no son más que un grupo de fanáticos religiosos, hombres que visten camisas de manga larga y corbatas bajo el implacable sol capitalino, mujeres de cabelleras exageradamente largas con faldas saturadas de encaje, y pastores sinvergüenzas que gozan del dinero del prójimo. Y de su mujer también.




Buena parte de mi familia es evangélica, no la más cercana, ya no encajan en la categoría de “familia” a decir verdad, sino más bien en la de “parientes”. En cierta ocasión, me invitaron a un culto en el barrio San Luis. Me gustó, ¿para qué mentir? Las canciones entretienen, las instalaciones del templo son muy bonitas, modernas, nada que ver con las a veces tétricas catedrales de pueblo, y mi cabeza constantemente giraba en ángulos de 540º, debido a la presencia de una que otra evangélica agradable a mis ojos. Habría regresado gustoso, de no ser claro, por el indignante acto de desfachatez que presencié ese día, perpetrado por la boca del pastor de esa congregación, que aplaudió a sus fieles por su compromiso inquebrantable a la hora de entregar el diezmo, pero les instó a donar también una “ofrenda”, que debía ser equiparable al diezmo. ¡Mierda! ¡¿Eso quiere decir que los evangélicos deben ceder al menos el 20% de sus ingresos a las autoridades de su religión?! Con todo ese dinero, ¿qué harán los pastores? Una parte lo invierten en mejoras o construcciones de templos, otra en ayudar a las ovejas de su rebaño, y otra en mujeres, ron y otros placeres. Dicen ser elegidos de Dios, pero son hombres también, después de todo. Este es talvez, uno de los dogmas más desacreditados de los evangélicos: el pago del diezmo.     

No estoy yo también criticando el diezmo, pues está establecido en toda religión. ¿No me creen? Cuando me involucré con la doctrina de Sukyo Mahikari, me enteré que para empaparme completamente con esta filosofía de vida, tenía que dar un aporte económico para el mantenimiento de sus instalaciones y actividades. Los budistas también llamaron mi atención a eso de los 16 años, hasta que un amigo que vivía cerca de su punto de reunión en Bolonia me confesó la increíble afluencia de camionetonas que llegaban a ese local. “¡Mierda –pensé- es sólo para gente de riales!” Un buen amigo, me contó que uno de los pilares del Islam, llamado Al-zakah, se basa en que los musulmanes con un capital cómodo tienen el deber de dar un porcentaje de su fortuna para los pobres, pues no sólo es una forma de caridad y fraternidad, sino también ayuda a purificar su riqueza. Incluso, el cristianismo, la religión bajo la que he sido formado, instituye una contribución monetaria, que viene desde el Antiguo Testamento (Levítico 27:30; Números 18:26; Deuteronomio 14:23; 2ª Crónicas 31:5), donde se establece que el diezmo era un requisito de la ley en la cual todos los israelitas ofrendaban al templo el 10% de todo lo que ganaban y hacían crecer. Por su parte, el Nuevo Testamento en ninguna parte ordena o recomienda que los cristianos se sometan a un sistema legalista de diezmar, pero San Pablo (ex Saulo de Tarso) declara que los creyentes deberían apartar una porción de sus ingresos a fin de dar soporte a la iglesia (1 Corintios 16:1-2). Después de todo, dicen que Dios ama al dador alegre (2 Corintios 9:7).

Si una religión, tiene como principio la iluminación de una persona, a través de valores como solidaridad, amor y sacrificio, al punto casi de alcanzar la apoteosis, ¿cuál es el objetivo de pedir plata? Años atrás, habría concluido en que es una deformación de la palabra y enseñanza de Jesucristo, pero ahora sé que las religiones necesitan dinero, pues son un proyecto. Para que un proyecto se considere rentable, debe generar ingresos, para solventar sus costos, es decir, debe ser autosostenible. Todo proyecto consta de tres etapas: la planeación, ejecución y evaluación del mismo, y los credos no son nada diferentes a un proyecto. Hace 2,000 años Jesús planeó lo que sería la doctrina romana, cristiana y apostólica, en ejecución actualmente por el Vaticano y Ratzinger (de estos dos, no sé quien me causa más pavor). Pero, ¿y la evaluación del proyecto?, siempre deben evaluarse los resultados de tan gran inversión, ¿quién la hará? Me imagino será Dios, en el día del juicio. Espero que el proyecto haya rendido frutos, porque de lo contrario, de nada habrá sido toda esta inversión que estamos haciendo, pagando tributo a Dios, Jehová, Yahvé, y Alláh, en parroquias, templos, sinagogas, mezquitas, y otras de sus tantas moradas.  

Hoy vine en taxi al trabajo (no, el carro de mi papá no se arruinó esta vez), y resulta que el conductor es testigo de Jehová. Había pasado por alto a estas personas, pero también me molesta que lleguen los domingos a hablarme de la Buena Nueva durante media hora, para luego pedirme una cooperación, que “salga de mi corazón”, como dicen ellos. ¡Pero me encanta que me regalen ejemplares de “Atalaya” y “Despertad”! El señor taxista y yo entablamos charla, acerca de cómo el demonio se disfraza con trajes egipcios y se esconde en el Pharaos para atraer incautos. Me contó de un señor, que entró a ese casino con un préstamo de C$ 40,000 que pidió junto a su esposa para empezar un pequeño negocio, y salió sólo con C$ 700. ¡Rayos! El Faraón también pide ofrendas, y no son del 10%. El buen hombre, me regaló una edición de “¡Despertad!” cuando bajaba del vehículo, es más, lleva consigo en su carro un pequeño arsenal de estos libritos. Este número es del Noviembre pasado, y profesa los peligros del abuso de la tecnología, en tiempos en que la decadencia de las relaciones humanas está a la orden del día. Nota para el lector: momento de ironía. 

  
 Pero volviendo a los evangélicos, el sábado fui a la vela de un pariente, del cual no guardaba recuerdo alguno. Era cuñado del también difunto Ofilio, de quien ya había escrito antes, y a quien le debo disculpas, pues toda la vida pensé que se llamaba “Aufilio”, sólo después de él muerto me di cuenta de mi error. Su nombre era Walter, y al parecer era evangélico. Los hermanos empezaron, de la nada, a entonar alabanzas y canciones, y debo confesar, que brindan cierta sensación de paz. Ojalá el buen Walter las haya disfrutado por última vez.

¿Qué tiene que ver un  taxista testigo de Jehová, cantos evangélicos, y las cuotas que uno como creyente debe pagar? Probablemente nada, pero me llevaron a formular la siguiente pregunta: ¿quién tiene la razón? ¿Por qué a nosotros los cristianos, nos encanta criticar la devoción de los evangélicos a la hora de pagar el diezmo? ¿O por qué los evangélicos nos ven a los cristianos como malos religiosos por no poseer una disciplina tributaria, como hacen ellos? Y los testigos de Jehová, ¿está mal pedir algo, luego de que se molestan en tratar de llevar la Palabra de Dios hasta la puerta de tu casa? A fin de cuentas, ¿quién está equivocado? A mi criterio, nadie. Y a la vez todos.

La religión es un arma de doble filo, que pretende purificar el alma a través de la vía del sacrificio, pero a la vez es alienante y contradictoria. Desde sus inicios, toda religión necesita adeptos para crecer, pero el desarrollo necesita una plataforma, ¿y que mejor impulso que el económico? La pulserita negra en forma de rosario que cuelga de mi muñeca izquierda costó C$ 15, ¿soy un mejor cristiano por haberla comprado? No, pero indudablemente engordé las cuentas de la Catedral Metropolitana.

Si los evangélicos piensan que están alcanzando la expiación de sus pecados por medio de la contribución del diezmo, ¿por qué debería importarnos a nosotros si lo hacen o no, o si lo que hacen está mal? ¿Está bien acaso ofrendar en misa? ¿Por qué el diezmo está mal, pero no cuando se pide en forma de “ofrenda” antes de un sacramento? Sinceramente, prefiero un pastor mafioso que engaña y roba a sus feligreses, que un sacerdote que pide mi dinero, y que encima es un pederasta apañado por la misma iglesia. Eso, definitivamente me saca de mis cabales.

Dejemos a los evangélicos con su diezmo, si están errados o no, nunca lo sabremos, pues quien tiene la última palabra quiere hacernos creer que nos ha dejado en el olvido, aunque no es así, sólo está observando, desde arriba. Dejemos de criticar, recordemos que, parafraseando un famoso libro, ”lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca sino lo que sale de ella.”

¿Amén?









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