jueves, 16 de septiembre de 2010

Gusanos en la barriga


Llevaba tres motetes: uno de color amarillo, que amarró convenientemente alrededor de su frente; uno de color verde que cargaba sobre su hombro izquierdo; en esa misma axila, resguardaba una bolsa negra de plástico. De su mano derecha pendía una sillita de plástico verde. La poca ropa que cubría su quemada piel delataba una vida dura, que tal vez no pasaba de los 65 años, edad que la pobreza le habría acrecentado tanto física como espiritualmente. No me di cuenta de en qué momento se detuvo, justo frente a mí. Colocó la silla en la acera, dejó descansar los tres paquetes en ella, se adueñó de su platea, las luces la enfocaban, miró al público (entre ellos yo), y comenzó la función.
Esperaba sentado en una acera a mi mamá que saliera de una reunión en el Nuevo FISE, cuando de pronto una señora con evidentes problemas mentales empezó a gritar cuánto improperio quiso, en plena vía pública. Ni Los Robles se ven exentos de la histeria popular. Lo peor, es que yo estaba frente a ella. Idiota, debí de haberme movido.

 Foto que tomé furtivamente a la silla de la señora.

“¿Cuál es tu problema, qué ves? ¡Viví tu desgracia!” Fue lo más decente que me dijo. Al menos las miradas curiosas no se convirtieron en carcajadas de burla, porque eso si me hubiera avergonzado de verdad. La señora prosiguió con sus declaraciones, casi provocaba cierto (mórbido) entretenimiento escucharla gritar a esas calles. Decía, que nosotros somos los culpables de la muerte de Bin Laden; que los cepoles de la zona son los responsables de arruinar las aceras de esa calle; a una señora que pasaba le dijo “¿y vos, qué es esa cara? ¡No jodás, si yo soy más vieja que vos y no arrastro los pies, ni ando con esa cara de amargada!”, la asustada señora apretó el paso para huir de los insultos; de vez en cuando, gritaba consignas, sus labios dejaron escapar un “¡Sandino vive!” más de una vez. Lo más extraño que dijo, una y otra vez, era que le habían metido gusanos en la barriga. No entendí, pero claro, tampoco iba a preguntárselo. Decía, que esos gusanos se los pusieron para joderla, para matarla, que se la estaban comiendo por dentro, y que nunca iban a parar.

A metros, está la discoteca ETC, uno de esos lugares que atraen al chavalo recién ingresado a la universidad, o que puede escaparse de las clases vespertinas, para bailar un poco, escuchar buena música, tomarse una que otra cerveza y pasarla bien con los amigos. Es un jueves a las cinco de la tarde, y el lugar está a reventar. Antes que se me tilde de hipócrita o mojigato, vale aclarar que yo también soy chavalo, a mí también me gusta tomar y salir, pero tal vez con las presiones que implica un último año de carrera (clases, monografía y trabajo), ahora miro con cierto desdén tanto desborde de ocio, acentuado por licor. Unas chavalas que salen de ETC, apenas pueden caminar, el vaivén de sus pasos constata que las cervezas tuvieron efecto. Atrás, va un grupo de chavalos. Si esas muchachas no se cuidan, las espera un peor traspié que simplemente tropezar en la calle. Esos tipos no llevaban buenas intenciones, la mezcla entre reguetón y danzas sensuales les desvirtuó con un rostro lujurioso. Ojalá a esas chavalas no les haya pasado nada.   

La señora ya se fue, pero la música de ETC sigue sonando. Casi no logro distinguir los cantos de alabanza que salen de la Iglesia San Agustín, la “Sexy Robótica” de Don Omar no me lo permite. Ahora que recapitulo cada palabra de esa señora, me doy cuenta que, en sus arranques combinados de demencia y lucidez, guardaba una cierta verdad casi profética. Esa señora es Managua, y nosotros somos los gusanos. Estamos en su barriga, comiéndonos sus tripas, matándola lentamente. Tanto bacanal, tango guaro, ¿qué nos deja? Muchas buenas historias, pero también grandes gomas, vergüenza ajena y un pequeño sentimiento de culpa dentro de todos nosotros. Sí, culpa, porque yo también me he levantado a la mañana siguiente sin recordar nada de lo que hice la noche anterior, y siempre con dolor me pregunto “¿cómo me pude gastar tanto ayer?”

Somos gusanos en la barriga de Managua, y tenemos hambre. Mucha hambre. Eso no es ningún misterio, la gran incógnita es, ¿cuándo nos saciaremos?  


 



  

 

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