domingo, 5 de septiembre de 2010

Perpetuando el ciclo


Dar vueltas, de norte a sur, de occidente a oriente, del cielo hasta el infierno, sin penar en el purgatorio. Esta cama deja de ser un aposento de descanso, se asemeja más a un campo de batalla, las ideas sobrevuelan sobre mí, guardan un aspecto dantesco, casi bélico. El pensamiento se convirtió en napalm, no me deja descansar, es como, si un repique de campanas resonara en mi sien, llevando un ritmo infame, sin partitura, con poco silencios, y muchas figuras blancas, notas en Fa bemol que no me permiten conciliar el sueño. Pero no es solamente eso, el maldito cargo de culpa, las deudas pendientes por cancelar, el beso que nunca negué, la caricia incompleta, el seno materno, la reprimenda emocional, la apoteosis frustrada, el silencio ajusticiador, el calor erótico, la inconformidad de los inconformes, todo, ¡todo! Todo viene a mí, justo a la hora de dormir.

El insomnio viene cargado, de una introspección. ¿Qué hice, qué hago, para dónde voy? Desconozco las respuestas, pero los dedos siempre apuntan en la misma dirección. Mi peor enemigo soy yo. Sí, asimismo. ¿Quién es el culpable de tantos errores, de una soledad martirizadora, del desprecio de los estatutos, fundamentos y valores? Única y exclusivamente yo. ¿Cómo luchar contra mi misma naturaleza desnaturalizadora?


No será fácil, emprenderé mi propia cruzada, mi querella personal: yo contra yo. Llamaré las cosas por su nombre; no me adaptaré a mi entorno, fluiré con el mismo; ascenderé a las personas de rango, de meros observadores, serán partícipes, involucrados, para bien, y para mal. 

Que el miedo no me carcoma, que sea tinta indeleble en mi nuca, tatuado, pero inofensivo. Que se quede ahí, olvidado entre las páginas de la Aritmética Baldor que guardo en el archivero azul, entre telarañas y paralelepípedos. Que repose, debajo de las suelas de mi bota, acumulando basura, polvo, vidrio, sangre, pellejos. Que gane moho, aturdida, experimentando el mismo miedo que yo siento, miedo al cambio, miedo al cambio, miedo infundado, pero latente, presente, efectivo, peligroso. 

 

Adiós miedo, compañera mía, adiós. Que disfrutes este viaje, que emprendiste un día como hoy, domingo, con un sólo boleto: de ida. El de regreso ya te lo haré llegar, cuando así lo crea conveniente, un día cualquiera, como estos, como hoy, un domingo, una noche, que no pueda dormir, y regreses, a mí, me arropes, agobies, esclavices. De nuevo, y empezamos el ciclo, una vez más. Pero hasta ese día, adiós, nos vemos, más pronto de lo que esperas, y de lo que yo deseo.

Bon Voyage...


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