martes, 21 de diciembre de 2010

Daniel

Daniel antes pedía dinero en los extintos semáforos de la Centroamérica, pero el progreso -o lo que consideramos como “progreso”- sustituyó el punto de su faena por una rotonda. Ahí le acostumbraba ver -mientras yo iba en el recorrido del colegio-, cojeando bajo el sol, con un letrero colgando del cuello. Tenía escrito algo así como “una ayuda por favor”, o no sé, no lo recuerdo, tendría cuando mucho unos 6 o 7 años.

Ahora Daniel pide en los semáforos que están cerca del hotel Princess, o en la llamada Plaza de las Victorias. Alexis se irgue elevando su glorioso puño a los cielos, mientras mujeres, niños y niñas, Daniel y muchos otros más, se asoman a los vidrios polarizados, sólo para recibir muchos gestos groseros y  unos cuantos pesos. En ocasiones, se les suma un chele que ha asaltado de improviso los semáforos capitalinos. Tiene cara de loco y hace malabares, dice que está perdido y que le gusta mucho Nicaragua. “Definitivamente -pensarán muchos- la cara no es lo único que tiene de loco.”

Daniel vive cerca de la Duya Mágica, de ahí toma un taxi a los pollos Campero cerca de los semáforos en donde pide dinero. Hoy que me iba a dejar al trabajo, mi papá lo llevó -mi papá maneja un taxi, por si no lo sabían-, pero no fue la primera vez. Ya antes lo había llevado, y también lo había traído desde los semáforos. Pero mi viejo no es el único, Daniel sólo circula en taxi, y siempre paga el valor de la carrera. “Siempre paga 20 pesos, sea a quien sea -me explicó mi papá- y el mae se enoja si no se los agarrás.”

Nos iba platicando que no se quería levantar, que su cama estaba muy rica esta mañana -y es que le regalaron una colcha, nos contó-; que su mamá tuvo que llamar a la policía un día de estos por el asedio de las pandillas en su barrio; que la nueva ola de frío que (se dice) está de ronda por Managua es mentira, y más.  

Y pasamos al lado de un cauce, cerca de Tránsito Nacional, de donde un afanoso trabajador de la Alcaldía recogía la basura, mientras a escasos metros un chavalo con un carretón botaba más basura a las profundidades del cauce. “Mirelo -dijo una señora que subió al taxi antes que Daniel, allá por el cruce del Reparto Shick con Las Colinas- que chancho ese chavalo, el otro hombre recogiendo la basura y ese jodido botándola.” Y es que era algo (tristemente) gracioso de ver: el trabajador de ALMA recolectando la basura, y un tipo de tal vez no más de 20 años tirando unas hojas y ramas que seguramente cortó de alguna casa bonita, alguna residencia cara, de esas en que la basura no se tira en La Chureca, sino en los barrios. Arrancó el debate entre mi papá y la señora, el mismo argumento (gastado y aburrido) de siempre: que los ciudadanos tenemos la culpa, que no cooperamos con las autoridades, que esto, que lo otro; inútil cotorreo. Daniel, con su complicado hablar, calló a ambos con una sentencia tal, que me vi obligado a escribir esto en cuanto vine a la oficina.

“Si todos somos nicaragüenses, pero a veces se nos olvida.”

Y allá quedaron los dos nicaragüenses en lucha de fuerzas: uno ensuciando, otro limpiando la urbe. Luego, pasamos cerca de una motocicleta con dos policías, que también comprueban mi teoría del choque de fuerzas: la PN, una institución deteriorada, que trata de delimitar el caos -sí, caos, porque en Nicaragua no existe ese tal “orden”-, mismo que nosotros atizamos con violencia, intolerancia y discordia (se me viene a la mente aquel poema de Manolo Cuadra, que más o menos dice “¿quién separó al gendarme de los ladrones?”). Y luego, pasamos por Casa Pellas, el máximo epítome de mi teoría: la torre de Dios que PAC tanto idealizó, no es más que un armatoste de vidrio y acero, un tótem de la desigualdad social que reina en este país, el supremo choque de fuerzas. ¿Qué le parecerá Daniel a Carlos Pellas desde esa altura? ¿Es sólo un puntito o es una vida más para él, igual de insignificante que todos nosotros?  

Daniel bajó en los pollos Campero, luego dejamos a la señora en el CSE y por último mi papá me vino a dejar al trabajo. Mientras en la oficina toman café, yo escribí esto; mi papá anda en las calles de Managua, viendo que puede sacar del turno de la mañana; Daniel seguro ya tiene unos cuantos pesos en su bolsillo; y Carlos Pellas toma un café, seguramente importado.

Daniel subió de último al taxi, pero bajó de primero. “Los últimos serán los primeros”, ¿escuchaste Carlos Pellas?, “los últimos serán los primeros.” 



2 comentarios:

  1. Aunque me pierdo en algunas descripciones creo que de lugares que no conozco, mi opinión es que tu has nacido para contar historias...Me encanta lo que leo por aquí. Un abrazo.

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  2. Yo siempre he creído que vos naciste para tus niños, Natty. Gracias por tremendo comentario, un abrazo hasta el otro lado del charco.

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